Nos dicen que es sumamente importante que eduquemos a las futuras generaciones en la gestión de sus emociones. En los centros educativos, son los docentes los que deben encargarse de que los jóvenes aprendan a ser emocionalmente responsables. Es lo primordial, incluso si estas se superponen a los conocimientos. Debemos alimentar el espíritu crítico de los alumnos (¡deben pensar por sí mismos!), pero ¿con qué conocimientos? Todo ello revela, poco a poco, a uno de los monstruos de la desmemoria: la ignorancia.
Ahora bien, la culpa de toda esta situación no es de los jóvenes, no, sino que más bien ellos son las víctimas de este sistema que los ha aborregado. Si nos paramos a pensar, les han quitado la verdad y, por ello, han tenido que ir buscarla a otros lugares: a las plataformas del Nuevo Mundo (internet) que, en sus inicios, parecían el paraíso soñado que nos harían evolucionar. Sin embargo, este supuesto edén se ha ido transformando poco a poco en el lugar de la desinformación, en donde toda una serie de autodenominados “expertos” con ínfulas de profesores e historiadores se han adueñado del campo del “saber”. Al parecer, ellos saben más que nadie en el mundo: son los polímatas del s. XXI, los auténticos salvadores del sistema corrupto que nos ha sido heredado. La posición que les otorga todo este saber legitima sus argumentos y sus silencios, por lo que muchos de ellos optan por dar el salto a la política: están autorizados para decir o desdecir sin necesidad de demostrar nada, jugando un papel de víctima, de juguete roto del sistema, cuando realmente son una de las múltiples causas de la decadencia que estamos viviendo.
Huelga decir, además, que no debemos pensar que los votantes de estos decidores de la verdad sean únicamente esos jóvenes aparentemente “ignorantes” que el sistema está creando, porque eso sería faltar a la verdad. Si consultamos los datos, podemos observar que el partido del ultraderechista y difamador que todos conocemos (el gran polímata de las pasadas elecciones europeas) concentra su mayor porcentaje de voto en señores de 25 a 44 años. ¡Y no miremos los datos que reúne la tercera fuerza política en este país también de ultraderecha (los abiertamente fascistas)! Que conste, aunque todos lo sabemos, que estos señores (sí, señores, en masculino, no en el genérico) no se educaron en las redes sociales como parece ser que sí hacen los jóvenes de hoy en día… Entonces ¿qué es lo que les mueve?
Parece ser que la venganza del tedio predomina sobre todo lo demás: es mucho más fácil señalar y castigar al que está igual o peor que tú que ser consciente de que la realidad en la que vives seguirá así por mucho que quieras o no quieras. Nos consuela el sufrimiento de los demás: si están peor que nosotros, quiere decir que no estamos tan mal, y si, por algún motivo, no parecen estar tan mal, deseamos igualmente que sean castigados, sobre todo si no comulgan con nuestros preciados valores y juicios morales. Todo esto, sin embargo, siempre acaba mal, como bien se ha encargado de enseñarnos la historia (y no debemos remontarnos a sucesos históricos en blanco y negro para recordarlo).
Es verdad que el mundo de nuestro alrededor no nos lo pone fácil: la vida que nos prometieron y que soñábamos es prácticamente inviable. Parece ser que la respuesta al mundo que se desmorona es la ira, y esta ira (más que la fe) mueve montañas: llenos de odio, de venganza y de rencor somos capaces de olvidarnos hasta de nuestro propio nombre, de dónde venimos y hacia dónde nos llevan. Y la responsabilidad de estos actos no debería recaer únicamente en los ciudadanos: la culpa es de todos aquellos que se aprovechan de ese miedo, lo intensifican y lo instauran en el imaginario colectivo. Ese miedo, junto con la ignorancia, nos conduce a la venganza del tedio, y con ello estamos destinados, de nuevo, a fracasar (si no lo hemos hecho ya).
Me gustaría dar una solución a este problema que hemos creado entre todos, pero sinceramente no la tengo (y considero que sería algo demasiado pretencioso “tenerla”). Posiblemente lo único que nos quede sea esperar y, mientras esperamos, deberíamos tratar de reflexionar y de recordar nuestros orígenes. Al menos, por todos aquellos abuelos, madres o tíos que nos lo dieron todo, que vivieron lo que era no tener nada y que no querían que nosotros siquiera lo supiéramos. Porque tal vez, en tiempos de luchas, guerras y barros, el verdadero acto revolucionario sea no dejarse dominar por la venganza del tedio.
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